Lo primero que debemos tener en cuenta es que a nadie, repito, a nadie le gusta acudir a una oficina de empleo.
A nadie salvo a mí, puesto que cuando mi memoria vuela a mi oficina de empleo es como regresar a la casa de tus padres, al hogar que siempre ha sido el tuyo.
Sin ser la más antigua de la oficina de empleo, soy la fiel guardiana de su memoria. Cuando me incorporé a su plantilla, heredé un viejo ordenador que contenía un archivo con fotografías de sus integrantes (¡Qué jóvenes eran!), desde entonces me he esforzado en recuperar vivencias y retazos de su historia. Otra de mis ocurrencias ha sido conservar las anécdotas que, sobre todo, tanto nos han hecho reír. Sin embargo, siempre he tenido un freno: ser considerada y garante del respeto hacia las personas que acuden a nosotras. No puedo olvidar que yo misma he hecho fila a las puertas de Calvo Sotelo y aun de la calle Vitoria.
Con la llegada del calor se inicia un ciclo que marca el ritmo veraniego de la oficina de empleo: Fijas-discontinuas de los colegios, de las academias y extraescolares, la fruta de hueso, la pera, las ofertas de las órdenes 8 y 9, la vendimia de blanco, temprana, sin acabar agosto, la oferta de vigilantes de pesaje, luego vendrá la vendimia que alcanza hasta octubre, los temporeros y llegará el otoño y llegará la patata… Ciclo que este año se ve interceptado.
Estos días llegarán a sus puertas quienes hasta ahora han formado parte del Gobierno de La Rioja y de sus Ayuntamientos, muchas de estas personas se reincorporarán a sus puestos de origen, pero siempre hay algunas que deben pedir las prestaciones a las que tienen derecho, previa inscripción como demandantes de empleo.
Cuando finalizamos una relación laboral, cuando no obtenemos éxito en nuestra propia empresa o bien, cuando se trata de un proyecto político que no es respaldado en las urnas, solemos considerar que hemos fracasado y acercarnos a la oficina de empleo se nos hace cuesta arriba. Llegamos a la oficina de empleo con sensación de incapacidad, creemos que no está en nuestra mano la solución o que, a pesar de cuanto hemos hecho, no hemos obtenido los resultados esperados, incluso llegamos a sentir que nos falta apoyo. En nuestra cultura tenemos el hábito de exclamar ¡para atrás ni para tomar impulso!
¡Qué gran error! Debemos aprender que la cultura del fracaso es aquella en la que percibimos el error como parte inherente del proceso de crecimiento.
Tenemos dos patrones en los que buscar inspiración. El modelo del éxito que nos suscita repetir el esquema que a otros les ha funcionado y el modelo del fracaso, aquel en el que aprendemos de nuestros errores, en el que buscamos motivación intrínseca y nos sirve para tomar un nuevo impulso.
Para poder aprender del fracaso es importante reflexionar y ahondar en el punto de partida, debemos analizar si nuestro objetivo lo habíamos definido bien. El siguiente paso es cuantificar lo que hemos hecho para llegar a ese objetivo. Y ahora llega el análisis, definir cuáles han sido los errores, cómo superarlos y seguir adelante, pasar de víctima a valiente.
¿Qué modelo es el que te representa a ti?
Y los orientadores de empleo ¿Qué modelo es el que intentamos desarrollar?
Y yo, ¿Obtendré algún éxito con estas preguntas? O como hasta ahora, ¿mis reflexiones caerán en saco roto sin impulsaros a participar en la Red por el empleo?
Otra vez esta dualidad del éxito versus fracaso.
Me aplicaré esta máxima de Winston Churchill: “El éxito es aprender de fracaso en fracaso sin desesperarse”.
Seguiré intentándolo.