algunos países han rebajado su jornada máxima laboral, como el caso de Francia que en 2000 fijó una jornada semanal de no más de 35 horas. Otros han arrancado proyectos piloto para reducir las jornadas con la intención de estudiar sus efectos sobre el reparto del trabajo, la productividad, la salud mental de los empleados o sus implicaciones en la brecha laboral entre géneros o en la reducción de emisiones. La prueba realizada en Islandia es una de las más significativas. La isla probó un experimento durante cuatro años en el que recortó la jornada laboral a cuatro días y un máximo de 35 horas para el 1% de su población, implicando a empleados públicos, escuelas, hospitales y empresas del sector privado. Los resultados apuntan a una productividad mucho mayor, trabajadores más motivados con sus puestos y una significativa reducción del desempleo.