Cada vez con más frecuencia se oye hablar del síndrome del trabajador quemado o, en otras palabras, las consecuencias físicas y psicoemocionales de poner el trabajo por delante de nuestra propia vida, algo que la psicóloga sanitaria del centro Cepsim Lidia G. Asensi ve a diario en su consulta: “Cuesta mucho dejar un puesto de trabajo. En primer lugar, por la inestabilidad y vulnerabilidad económica que supone tardar en encontrar otro de nuevo, pero además porque nos han enseñado a definirnos por lo que hacemos y no por lo que somos. Y, claro, si no tenemos un empleo sentimos que esto no habla bien de nosotros. Si no logramos ‘aguantar’, rápidamente aparece la idea de que no hemos sido capaces, lo que activa a su vez el sentimiento de culpa”, (1)
¿Cómo abandonar la seguridad de tu puesto de trabajo por la posibilidad de obtener una relación laboral que te satisfaga más?
Siempre que acuden a mi mesa con esta cuestión respondo de la misma manera: Las “mejoras de empleo” son muy puñeteras:
Has decidido retomar el control de tu vida empezando por renunciar a esa seguridad laboral que te lastra y se interpone en la consecución de tus objetivos vitales más elevados. Has llegado al ““punto de lanzamiento”.
Pero tras el ‘subidón’ inicial de dar un giro radical al rumbo de una vida laboral que consideras equivocado —casi como si rompieras con una pareja— llega la realidad. “Vale, he renunciado a mi trabajo mal pagado, alienante o desmotivador. Y ahora, ¿qué hago?”.
Precisamente por esta razón, Lidia G. Asensi subraya la importancia de tomarse un tiempo, antes de comenzar a buscar trabajo sin descanso: “Parece que cuando uno no tiene trabajo pierde el derecho a elegir y tiene que aceptar todo lo que le aparece. Y he aquí el error. Siempre que económicamente sea viable, lo sano es poder elegir la empresa a la que nos vamos, y negociar nuestras propias condiciones. Nos han enseñado a entrar con miedo a un nuevo trabajo, a tener que decir a todo que sí e incluso a evitar hablar de ciertos aspectos por miedo a que nos despidan. Y esto solo nos conducirá a tropezar en la misma piedra que nos hizo caer anteriormente. Tenemos que cambiar la mentalidad y convencernos de que la prioridad es nuestra salud. Decirnos ‘por supuesto que quiero un trabajo, pero antes de nada estoy yo” (1)
He aplicado a mi misma todos estos razonamientos y optado por salir de mi Oficina de Empleo. Seguiré vinculada a esta subdirección general pero en otra vertiente. Aunque siempre he dicho que soy buena con las personas y menos hábil con los papeles ha llegado el momento de retarme a mi misma e intentar superar este hándicap.
Y llegado el momento ¿cómo debo despedirme?
Dudo entre Santa Teresa y Gerardo Diego.
¿Tanto es el dolor que, al llegar a la puerta, me descalzaré y sacudiendo las sandalias diré: “De la oficina de empleo, ni el polvo”?
Quizá escoja dedicar mis últimos minutos en desear haber encontrado un buen colega, una buena colega que tome mi relevo y a la que yo habré enseñado y trasmitido mi conocimiento y la actitud que hasta ahora me ha caracterizado.
Opto por…
… ¿Tan desconocida soy para vosotras?
¿Aun no sabéis qué alternativa tomo?