Hubo un tiempo que ejercí de mujer florero.
Por el trabajo de mi marido en numerosas ocasiones le acompañé a reuniones sociales y laborales en las que yo era su comparsa. Seguir la conversación y estar sonriente y simpática eran mis funciones. Y aunque en ocasiones me costó esfuerzo, debo reconocer que representé bien mi papel (salvo por el físico, una autentica Barbie Girl).
Pero la vida da muchas vueltas, sobre todo la laboral, y llegué a ser la titular de invitaciones a ferias y otros compromisos laborales. Solía acudir sin pareja, pero en una ocasión coincidimos, yo en calidad de técnica de empleo y mi consorte acompañando a un cliente.
Interactuando con las empresas allí reunidas charlaba en un corrillo y uno de aquellos señores tuvo la gentileza de presentarme al resto de asistentes como “la mujer de…”.
Acababan de abrir la puerta de toriles, aquel era mi momento y no iba a dejar que me relegaran de nuevo a ser cortejo. Tranquilamente sonreí y acoté mi posición:
– Sí, soy su mujer, pero aquí no estoy como su esposa. Efectivamente, me llamo Elena Ochoa y soy técnica de empleo, os puedo facilitar la contratación de…, acceder a …
El buen clima que anteriormente habíamos generado estaba roto. La conversación quedó interrumpida y asumiendo la culpabilidad busqué refugio en mi stand. Sin embargo, el ejecutor de aquella falta de respeto hacia mí y hacia mi trabajo no sufrió incomodidad alguna. Es más, en cuanto di media vuelta hizo comentarios jocosos acerca de la histeria femenina que corearon con la “alegre camaradería varonil”.
Conseguí que se hablara de mí no por mis méritos profesionales, sino por los deméritos personales de la persona que había provocado esa situación.
Después de este proceder asumí que era más fácil y económico callar que, en demasiadas ocasiones, presentamos batalla para conquistar una pírrica victoria.
Nada más lejos de la realidad, cuando no reprobamos este tipo de conductas estamos dando carta de libertad, patente de corso, para comportamientos y actitudes similares.
Leo en El mundo un artículo sobre Megan Rapinoe:
«No es extraño ver que las deportistas utilizan muy a menudo un discurso reivindicativo, porque la realidad es que las mujeres siguen peleando por una igualdad que, aunque vamos camino de ello, está aún lejos de conseguirse. Por eso, en el caso de las deportistas solemos fijarnos en las que tienen ese valor de alzar la voz, de hablar sin tapujos de las diferencias que aún se sufren y de apuntar con el dedo a los responsables de solucionarlas. Es el caso de Megan Rapinoe.» (1)
Y leo en Mujer hoy:
«La pregunta que deberíamos hacernos la sociedad y los medios de comunicación es cómo podemos ayudar a la campeona del mundo a superar esta situación en la que de una manera inopinada se ha visto involucrada. Creo que la situación puede ayudar a la sociedad, no a la lucha feminista, a percatarse de que en el mundo laboral suceden con bastante asiduidad esta serie de hechos». (2)
Ahora es cuando debemos interpelarnos acerca de:
- cómo podemos ayudar nosotras aportando una visión integradora de la orientación laboral
y
- el porqué de una orientación laboral específica para mujeres.
Me responderéis que hacemos una atención personalizada, que cada Itinerario es ad hoc para cada demandante, sean mujeres, sean hombres. Y llevareis razón, pero ¿estáis seguras de que aplicamos la perspectiva de género en la atención a las mujeres?
Reconozco que, en muchos casos he sido condescendiente, he tendido a complacer, a acomodarme a la voluntad de esas mujeres que consideran que su búsqueda de empleo, su itinerario profesional está supeditado a un rol femenino trasnochado. Y, definitivamente, debemos colaborar a cambiar esos estereotipos radicados en nosotras desde bien pequeñas y transformar con la orientación laboral con perspectiva de género el acceso al empleo de calidad de todas las mujeres. Seguro que con este planteamiento contribuimos a mejorar nuestras familias y nuestra sociedad.
(1) https://www.elmundo.es/yodona/actualidad/2023/09/02/64ee01a4fc6c83f4738b45b1.html