En mi casa hay historias que siempre nos han hecho reír. Mi madre cuenta que en la posguerra, su padre y abuelo mío traía un saco con hogazas de pan.
¡Un saco!
Y que lo comían en buenas condiciones a lo largo de la semana.
Mamá, tu memoria te engaña, ya no te acuerdas y mezclas realidad con confusas evocaciones.
¡Qué creativa puede llegar a ser la memoria!
Sin embargo, en esa recreación familiar hay una certeza: “…El pan, si es bueno, aguanta bastante. Las piezas grandes, con las fermentaciones largas, se mantienen frescas durante dos o tres días”. Esto no lo digo yo, lo afirma Xavier Barriga, panadero que está transformando el sector. No sólo hace un pan bueno, con sus viejas características organolépticas, aquellas que mi madre recuerda y que hacen que el pan se mantenga tierno más tiempo.
Además de velar por la calidad del pan, y esto es lo que hoy nos hace reflexionar, cuida a su personal: “Aquí trabajan las horas reglamentarias y los domingos y festivos cerramos”. De esta manera hace de la panadería un oficio más atractivo.
Quienes gestionan ofertas de empleo en una Oficina de Empleo saben de las dificultades de encontrar candidatos adecuados.
Hasta ahora hemos dicho que ser panadero es un oficio duro, sobre todo por el gran esfuerzo físico, los horarios de trabajo con jornadas que comienzan a las cuatro de la mañana y finalizan a las once, rotaciones (en el mejor de los casos) que incluyen los fines de semana, cuando más trabajo se tiene.
Es el momento de dignificar esta profesión, no debemos considerarla una labor sacrificada ni una tarea vocacional, sino una actividad como cualquier otra. “Si queremos panaderos, el pan hay que hacerlo de día, no de noche”. Esta es la conclusión a la que llega el panadero Barriga, conclusión a la que me apunto tanto, como a comer ese pan que evoca mi madre.
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